Todos y cada uno de nosotros, a nivel individual, sin esperar a lo que hagan los demás, podemos hacer mucho para frenar el cambio climático. Qué puedo hacer yo, aparte del apagar luces y motores encendidos innecesariamente, en mi casa o en mi centro de trabajo, de cerrar grifos, de poner los electrodomésticos a plena carga y máxima eficacia, de aislar mi vivienda y cerrar o regular a la baja los radiadores en vez de abrir ventanas (también en mi trabajo), de reducir el uso de bolsas y envases de plástico, de reutilizar todo lo reutilizable por mi mismo o por terceras personas, de reciclar absolutamente todo en vez de tirarlo directamente a la basura.
Los gobiernos del mundo y las grandes instituciones y asociaciones deben tomar medidas importantes a fin de detener o minimizar el cambio climático. Pero eso no nos exime a los particulares para que actuemos en la parte que nos corresponde. En primer lugar, asociándonos y presionando a aquéllos para que pongan en práctica todo lo acordado en las cumbres y congresos internacionales, pero también actuando en nuestra vida diaria de una forma más responsable. Porque no podemos fiar la resolución de este problema solo a que las altas instancias actúen. ¿Y si no lo hacen o lo hacen tarde o se quedan cortos?
Es tal el derroche, despilfarro y consumo desmesurado, que sin renunciar a (casi) nada, podríamos hacer mucho para aliviar la enorme presión a la que sometemos al planeta. De una manera sencilla, sin que tengamos que leer complicados estudios, solamente aplicando el sentido común y los más elementales principios de la Economía, ciencia que trata de satisfacer las necesidades humanas con recursos escasos y ajustados a cada necesidad. Se trataría de ir hacia un consumo sostenible, seleccionando proactivamente y de manera reflexiva qué y cuánto compramos, de dónde procede, cómo lo usamos. La humanidad no puede seguir igual. El planeta no soportará tanta carga. Porque, además, los habitantes de los países emergentes aspiran a ser consumidores como nosotros.
Cuando estamos enfermos y, en especial, si tenemos alguna indisposición en el aparato digestivo, tenemos buen cuidado de qué ingerimos y en qué cantidad, hasta alcanzar la situación de equilibrio anterior. De la misma forma, deberíamos preocuparnos por el trato que damos al planeta que habitamos. No podemos seguir arrojando al aire, a la tierra y al agua de ríos, lagos y mares, ni en grandes ni en pequeñas cantidades, basuras y deshechos de todo tipo, ni humos ni gases contaminantes (incluso tóxicos). Ni productos químicos de uso doméstico, agrícola, ganadero o industrial, que utilizamos muchas veces a mansalva, sin dosificarlos escrupulosamente, de tal manera que gastemos solo la mínima (pero suficiente) cantidad posible.
© Enero 2016 José Luis Sáez